La pregunta del título está formulada en la última
encíclica del Papa Francisco (“Fratelli tutti”, p. 176).
La respuesta del
pontífice es: “Una vez más convoco a rehabilitar la política, que es una
altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque
busca el bien común.” (Op. cit., p. 180)
Este artículo
procura resumir la doctrina aplicable en la participación política de los
católicos, según el Magisterio de la Iglesia. Ante la ausencia pertinaz de
muchos laicos católicos en la vida cívica, es necesario tener en cuenta que, en
política, como en la física, no existe el vacío. Cuando los buenos ciudadanos
no se ocupan de la cosa pública -decía Sarmiento- son los delincuentes y aventureros
quienes acceden al gobierno.
El catolicismo
posee una doctrina política, que integra la Doctrina Social de la Iglesia, y,
como ésta, es obligatoria para los bautizados. Nos preocupa, por eso, que desde
hace tiempo importantes intelectuales que profesan nuestra misma fe difundan
criterios que conducen a abstenerse de participar en la vida cívica, poniendo
en duda la ortodoxia de quienes sostenemos lo contrario. La polémica no se limita
a las cuestiones operativas, opinables por definición, sino que incluyen la
interpretación de los principios, sobre los cuales no puede haber discrepancia.
En 2002, la
Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el Cardenal
Ratzinger, promulgó una Nota Doctrinal sobre la responsabilidad de los
católicos en la vida pública. Es un breve documento que no hace más que
actualizar el magisterio anterior; baste señalar que cita expresamente las
principales encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II:
-De León XIII: Diuturnum illud
Immortale Dei
Libertas (condena al
liberalismo)
-De Pío XI: Quadragesimo anno
Mit Brennender sorge
(condena al nazismo)
Divini Redemporis (condena
al comunismo)
Non abbiamo bisogno (condena
al fascismo)
-De Pío XII: Summi Pontificatus
Es cierto que una
encíclica puede contener en su texto alguna frase confusa o ambigua, que
justifique la duda o la discrepancia, pero, cuando sobre un mismo tema se
expiden del mismo modo docenas de documentos, de varios Papas, no puede quedar
dudas de que se trata de la doctrina auténtica. En la Nota Doctrinal no existe
ninguna contradicción con las encíclicas citadas, ni con ninguno de los 59
documentos que integran la compilación de la Biblioteca de Autores Católicos (tomo
"Doctrina Política").
En esta oportunidad, voy a resumir el tema enfocando el análisis en dos párrafos de la Nota Doctrinal:
"(en) las actuales sociedades
democráticas todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los
legisladores y gobernantes" (p. 1).
Estas dos frases
incluyen los tres ejes de la polémica actual: la democracia - los partidos - el
voto. Uno de las causas de la discrepancia radica en no distinguir entre lo
doctrinal y lo prudencial, lo que conduce a asignarle a las propias
preferencias sobre temas instrumentales la categoría de principios. La posición
rigorista llega a extremos insólitos; el Profesor Stan Popescu, prestigioso
autor, sostiene: "Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y
evolucionó sin política"; "La filosofía de la política va ligada
estrechamente a la teología del infierno" (“Psicología de la política”;
Euthymia, 1991).
El enfoque
realista de la política, queda expuesto en una frase de Ratzinger: "ser sobrios y realizar lo que es
posible, en vez de exigir con ardor lo imposible". Analicemos la
posición oficial de la Iglesia con respecto a los tres ejes mencionados.
Democracia
Distinguidos
intelectuales católicos sostienen que la democracia conduce inevitablemente a
la perversión, utilizando dicho vocablo como si fuera unívoco, cuando es
polisémico. El magisterio condenó el liberalismo político y sus derivados, el
mito de la soberanía del pueblo y la democracia como forma de gobierno. Sin
embargo, desde Pío XII consideró conveniente referirse a la democracia como
forma de Estado o régimen político, que se opone al totalitarismo y procura el
bien común, siendo compatible con cualquier forma lícita de gobierno. Es una
manera de designar la legitimidad de ejercicio y resulta aceptable, si cumple
determinados requisitos. La última formulación se encuentra en la encíclica “Centesimus
Annus”, p. 46:
"La Iglesia
aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que:
- asegura la
participación de los ciudadanos en las opciones políticas
- y garantiza a
los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,
- o bien la de
sustituirlos oportunamente de manera pacífica".
Al decir que
"aprecia" el sistema de la democracia, queda en claro que no lo considera
el único posible, pero sí lícito. Coincidiendo con el enfoque doctrinario, un
famoso tratadista de Derecho Constitucional, Bidart Campos, aporta esta
definición: "La democracia es una forma de Estado que, orientada al bien
común, respeta los derechos de la persona humana, de las personas morales e
instituciones, y realiza la convivencia pacífica de todos en la libertad,
dentro del ordenamiento de derecho divino y de derecho natural" (Doctrina
del Estado Democrático).
Partido político
Uno de los
aspectos más criticados de la política contemporánea es el de la
representación, puesto que el sistema de partidos degenera frecuentemente en la
partidocracia. Como en tantos campos de la actividad humana, también en éste la
legislación tiende a favorecer indebidamente a quienes dictan la ley, que son,
precisamente, aquellos que se postulan para los cargos públicos. Pero el
instrumento en sí no es necesariamente malo, y por eso la constitución “Gaudium
et Spes” reconoce que es conforme a la naturaleza humana que se constituyan
dichas estructuras para agrupar a los ciudadanos, según sus preferencias.
En el mundo
contemporáneo, en la casi totalidad de Estados, existen sistemas
pluripartidarios o de partido único; las pocas excepciones consisten en Estados
con gobiernos de facto. Pero, aún en esos casos, la experiencia del último
siglo indica que, luego de períodos transitorios, se produce el eterno retorno
de los partidos. No se ha logrado articular una forma de convivencia que pueda
prescindir de los mismos en la actividad política. Procurar el reemplazo de los
procedimientos actuales de selección de los gobernantes, constituye un noble
esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula
teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido. Sobre esto escribió Pablo
VI: "La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para
quien desea rehuir de las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario.
Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer
responsabilidades inmediatas" (Octogesima
adveniens, 37).
Debe
reflexionarse, además, en que hoy más que nunca la actividad gubernamental es
tremendamente compleja y requiere una formación adecuada, que se adquiere luego
de muchos años de estudio y experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la
ilusión populista de que cualquier persona puede desempeñar un cargo público,
ni bastan la honestidad y el patriotismo para gobernar con eficacia, es que
pensamos que resulta imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica
vocación política, que se preparen seriamente para gobernar. Y, por ahora, no
hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o
deberían hacerlo- en una cosmovisión global y elaboran programas con las
soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el
Estado. De todos modos, aclara el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
que la adhesión de los católicos a un partido nunca será ideológica sino
siempre crítica (p. 573). Por consiguiente, con esos recaudos, pueden
incorporarse a uno, crear uno nuevo, o simplemente apoyar al que les parezca
más confiable.
El voto
Suele mencionarse
una frase de Pío IX, para justificar la ausencia en todo proceso electoral: sufragio universal, mentira universal.
Pese a las objeciones que puedan hacerse a dicho método -que se aplica
actualmente en todos los países-, nunca la Iglesia ha afirmado que votar,
estando vigente dicho sistema, implique una falta; por el contrario, exhorta a
votar como exigencia moral, según se indica taxativamente en el Catecismo (p.
2240) y en Gaudium et Spes (p. 75). Carece de toda lógica suponer que dichos
documentos se refieren al voto en sentido abstracto, y no a la forma de votar que
rige en el mundo contemporáneo.
Por otra parte, el
sufragio universal se limita a habilitar a todos los ciudadanos a participar en
la elección de los gobernantes, en igualdad de condiciones. No es sinónimo de
sistema electoral, que es el que suele contener aspectos criticables, que
impiden una adecuada representación de la ciudadanía, y que nunca será modificado sin la participación activa de quienes se
oponen a él. Consideramos que no pueden negarse a intervenir en la vida
cívica, por defectuosa que sea la forma actual de las instituciones. León XIII
enseñó al respecto que: "No acuden ni deben acudir a la vida política para
aprobar lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones
políticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan,
en lo posible, al servicio sincero y verdadero del bien público... " (Immortale
Dei, 22).
Hecho el análisis
precedente, se advierte que la empresa de reconstruir el orden social no es
sencilla ni fácil, y los católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya
experiencia milenaria resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la
Verdad. Como expresaba Chesterton, "no quiero una religión que tenga razón
cuando yo tengo razón; quiero una religión que tenga razón cuando yo me
equivoco". Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes
políticos, nos enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden
preferir uno u otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto,
puesto que la Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero,
en cada sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política
específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda
autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político
determinado, "su aceptación no
solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la
necesidad del bien común..." (León XIII, Au Milieu des Sollicitudes;
p. 23).
Si en este siglo se ha producido un
alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un
menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según
Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces
para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.
Nunca como hoy la
Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y
política. Llama la atención la precisión y severidad con que Juan Pablo II
advierte que: "...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la
participación en la política." (...) Las acusaciones de arribismo, de
idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a
los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido
político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de
necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el
escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública".
(Chistifedelis Laici, 42).
Que no es
imposible ni inútil la empresa, lo demuestra la actuación de tantos dirigentes
católicos que, sin renegar de su fe, trabajaron en este campo en consonancia
con el bien común. Mencionaremos sólo tres casos de políticos del siglo XX, que
están en proceso de beatificación:
-Giorgio La Pira
(Alcalde de Florencia)
-Robert Schuman
(uno de los fundadores de la Unión Europea)
-Julius Nyerere
(Presidente de Tanzania, durante 25 años)
Considero
inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de
negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma
Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la
abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la
soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será
tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en
juego.
Estimo que
sostener en vísperas de toda elección que es inútil y hasta una falta moral
ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas
defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política.
Para cada sociedad
política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen
político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal, promulgado
oficialmente; y el real -o constitución material-, surgida de la convivencia
que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo
que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse
con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se
tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.
Si, como afirma
Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté
gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la
participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más
aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. Nos alienta a
continuar en el arduo camino de servir al bien común, con los instrumentos
disponibles, el consejo de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y los
Políticos:
"La
imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados
no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona
su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos".